Reseña de la novela cubana «Ciudadano Vidal» por Alicia Gil Lázaro

CVNovelak

Félix Mauricio Sáez Rodríguez. Ciudadano Vidal. La historia de un cubano poco ejemplar. Ávila, TR Movies, 2015, pp. 297.

Por Alicia Gil Lázaro / Universidad de Sevilla.

Ciudadano Vidal no es un relato común. Igual que Félix Mauricio Sáez Rodríguez no es —como dicta el título de su autobiografía— un cubano ejemplar. Aunque hay muchos tipos como él, poco comunes y poco ejemplares, la forma en la que habla de sí mismo a lo largo de estas casi trescientas páginas, su manera de percibir el mundo que le rodea y las descripciones que hace de las personas, cercanas y lejanas, todo ello permite entender que las extranjeras se sientan tan atraídas hacia él, que Beatrice su novia italiana le quiera tan arrebatadamente y que la historia que cuenta de este “negro, drogadicto, marginal y prostituto”, como él se define, enganche de principio a fin.

Héctor Vidal, trasunto de Félix Mauricio, habla de sí mismo en tercera persona. Su descarga paradójica de acidez y candor a la par fluye de labios de un narrador que le persigue de cerca, se mete en sus pensamientos y fotografía sus pasos. A ratos el espía de Vidal camina a su lado y toma notas de sus amantes, dealers, amigos y familiares. Lo hace con tal maestría que se mete también en su interior y adivina lo que piensan y sienten. Les deja hablar a ellos. Estos múltiples narradores son convocados con una sola tarea, alimentar el discurso que Vidal ofrece sobre él. Para lograrlo no le hace falta relatar más que varios meses, tal vez elegidos al azar, más que suficientes para escenificar toda su vida. Un paseo por el Malecón y unos tragos de Havana Club.

En realidad lo hace a dos ritmos. Al principio una escena larga y detenida de una pareja de vacaciones en algún lugar paradisíaco de la isla. De acuerdo, hemos de entender que para los convencionalismos racistas cubanos no está bien visto que un negro y una europea suban juntos a un autobús ¡y ni siquiera estén casados! También deja caer enseguida lo de que las facturas las paga ella. Para que nos vayamos haciendo una idea desde los convencionalismos machistas europeos. Esta –digamos– primera parte se alarga a toda la estancia de Beatrice en Cuba, a su encuentro en la casa de la playa con Shannon, la norteamericana, y con Nagore, la amiga vasca de Beatrice, la “marxista de salón” de la que Vidal regala esta perla: “Tu sabes que no me gusta que alguien con una Master Card me hable de revolución o cambio social. Que alguien que viva en el fabuloso mundo de las Naciones Unidas me venga con esas pajas”.

Cuando la italiana se va, a Vidal el cuerpo le pide más y el relato se eleva. Ahora sí, en esto que parece una segunda parte ¿crónica de una espera?, el estilo se vuelve más silvestre, sin ataduras, encontramos más descarnadamente a un Vidal de a de veras y debemos escalar algunos peldaños para seguirle: “Hay que estar preparados para el horror que la imagen desnuda de nuestras circunstancias producirá al contemplarnos en el espejo”. Vidal no pretende dejar nada en el tintero, pero no hay provocación en ello, no quiere romper moldes ni apariencias; su historia no sugiere que haya ningún enfrentamiento entre él y su vida cotidiana —su continuo deambular, su romance perpetuo con la marihuana y, sobre todo, su atracción permanente hacia todo aquello que para él signifique la belleza—. Habla tranquilo de su vida, con naturalidad y dueño de la palabra:

“Beatrice, Anabel triple a, Ingrid Sáez, Inés-Regula, la alemana incomprendida…, todas y cada una de sus chicas formaban parte de un mismo fin. El fin casi sagrado de poder atrapar la belleza y retenerla para sí. Quizás ese sea un sino inequívoco de los hombres que han perdido a su madre en la niñez. Para nada se trataría de un vulgar asunto de sexo puro y duro. La cosa va más allá. Es un asunto de plenitud”.

Sin embargo, en su fuero interno Vidal sabe que está llegando a sus límites, los que imponen el tedio y la ausencia de novedad: “Cuando Héctor Vidal se refiere a la circularidad de su vida, a su monotonía, se refiere a momentos como este. De alguna manera siente que ha estado más de una vez en esta fiesta”. Por eso quiere marcharse. Quiere irse del país, de la idea, ¿de sí mismo? Tal vez huir de lo que ya sabe, que ni las personas ni las cosas a su alrededor poseen significados profundos para él, de lo mucho que en definitiva le resbala todo lo que pase ahí fuera. Esta forma de vivir sin sentido aparente también se revela desde el inicio, con pequeñas dosis, sin abrumar. Forma parte de él igual que su amor por la hierba o un cierto desdén por la revolución: “Hay gente que ya no puede vivir más aquí y Héctor Vidal es una de ellas. Nada que ver con los sentimientos o el gusto”.

Sabe que marcharse no es fácil y llegar tampoco lo será. Espera. Confía en poder hacerlo de la mano de Beatrice y así se lo indica a su padre, quién le ofrece una vía para la inserción en una vida común y corriente, convencional, que a él le resulta inverosímil. Pero al mismo tiempo, Vidal no despega los pies de la tierra, solo espera. Solo hace su voluntad: “Ciertamente Héctor Vidal no habla sobre el futuro, ni siquiera sabe lo que hará al día siguiente”. Sabe bien cómo viven los otros y no quiere engañar a nadie sobre quién es él. No tiene miedo. Él es un espíritu libre y cada vez que sale de su casa y camina, encuentra a una mujer, se lía un porro o visita a un amigo, ejerce su albedrío sin necesidad de reivindicarse. Pero él necesita cambiar, no puede dejar de moverse, expandirse, experimentar: “El mar como límite y frontera es un fardo bien pesado de llevar. Una cruz de dimensiones cósmicas y contornos inasibles”.

Héctor Vidal, Félix Mauricio, al fin. No hay equívoco. Su vida pasa ante nuestra vista como esos fogonazos de antiguas fotos que deslumbraban momentáneamente dejando sobrecogidos a los espectadores, tras los cuales todo volvía enseguida a la normalidad y a la calma, sin perturbación, sin miedos. Algunas risas nerviosas y una perfecta comprensión de la situación, esperando que la imagen reflejara cabalmente el fondo de los seres humanos. Pocos lo conseguían. Sin duda Vidal, con su bolsa de nylon en ristre, es un maestro en esta lid, corrosivo y afable, como cuando trata de explicar su trajín mujeriego y su huida del horror, su ansia por volar… con un sencillo y sonriente “¡Promiscuo yo!”.

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